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  • Foto del escritorREVOLUCIÓN ecoSOCIAL

Por una sociedad de decrecimiento

Actualizado: 13 may 2020

Serge Latouche

Este artículo habla de decrecimiento. Para el autor del artículo, el crecimiento

económico, lleva en sí mismo el germen del caos. No hay otra solución que el

decrecimiento. Parece una utopía, ciertamente, pero el concepto tiene el mérito de

llamar la atención sobre algo que se lleva diciendo desde hace cierto tiempo: hay que

bajar el pistón. Un desarrollo sin límites nos lleva a la catástrofe. El argumento parte del

análisis de la realidad. Los l

ímites del crecimiento están trazados por la misma biosfera:

Después de algunas décadas de derroche frenético, parece ser que entramos en la zona

de las tormentas en sentido literal y figurado… El desorden climático viene

acompañado por las guerras del petróleo, a las que seguirán las guerras por el agua,

pero también posibles pandemias, desaparición de especies vegetales y animales

esenciales, raíz de catástrofes biogenéticas previsibles. En estas condiciones, la

sociedad de crecimiento no


es sostenible, ni deseable. Es pues urgente pensar en una

sociedad de "decrecimiento" en lo posible serena y amigable".

Agustín Arteche

El 14 de febrero de 2002, en Silver Spring, frente a las autoridades estadounidenses de

meteorología, George Bush declaraba lo siguiente: El crecimiento es la solución, no es

el problema". "El crecimiento es la clave del progreso ecológico, porque provee los

recursos que permiten invertir en las tecnologías no contaminantes".

En el fondo esta posición "pro-crecimiento" es igualmente compartida por la izquierda,

e incluso por muchos alter-mundialistas que consideran que el crecimiento es también la

solución del problema social porque crea empleos y favorece una distribución más

equitativa.

Después de algunas décadas de derroche frenético, parece ser que entramos en la zona

de las tormentas en sentido literal y figurado… El desorden climático viene

acompañado por las guerras del petróleo, a las que seguirán las guerras por el agua, pero

también posibles pandemias, desaparición de especies vegetales y animales esenciales a

raíz de catástrofes biogenéticas previsibles.

En estas condiciones, la sociedad de crecimiento no es sostenible, ni deseable. Es pues

urgente pensar en una socied


ad de "decrecimiento" en lo posible serena y amigable.

Cabe definir a la sociedad de crecimiento como una sociedad dominada precisamente

por una economía de crecimiento, y que tiende a dejarse absorber en ella. El crecimiento

por el crecimiento se convierte así en el objetivo primordial, si no el único de la vida.

Semejante sociedad no es sostenible, ya que se topa con los límites de la biosfera. Si

tomamos como índice del


"peso" ambiental de nuestro modo de vida, "su huella"

ecológica en superficie terrestre necesaria, obtenemos resultados insostenibles tanto

desde el punto de vista de la equidad en los derechos de absorción de la naturaleza como

desde el punto de vista de la capacidad de regeneración de la biosfera. Un ciudadano de Estados Unidos consume en promedio 8,6 hectáreas, un canadiense 7,2, un europeo

medio 4,5. Estamos muy lejos de la igualdad planetaria y más aún de un modo de

civilización duradero que necesitaría restringirse a 1,4 hectáreas, admitiendo que la

población actual se mantuviera estable.

Para conciliar los dos imperativos contradictorios: el crecimiento y el respeto por el

medio ambiente, los expertos piensan encontrar la poción mágica en la "ecoeficiencia"

pieza central y a decir verdad única base seria del "desarrollo duradero". Se trata de

reducir progresivamente el impacto ecológico y la amplitud de la extracción de los

recursos naturales para alcanzar un nivel compatible con la capacidad admitida de carga

del planeta.

Si nos atenemos a Ivan Illich, la desaparición programada de la sociedad de crecimiento

no es necesariamente una mala noticia. "La buena noticia es que, no es necesario evitar

los efectos secundarios negativos de algo que en sí mismo sería bueno por lo que

tenemos que renunciar a nuestro modo de vida, _ como si tuviéramos que dirimir entre

el placer de un plato exquisito y los riesgos aferentes. No. Sucede que el plato es

intrínsecamente malo, y que seríamos mucho más felices si nos alejáremos de él. Vivir

de otro modo para vivir mejor".

La sociedad de crecimiento no es deseable al menos por tres razones: genera un

aumento de las desigualdades y las injusticias, crea un bienestar ampliamente ilusorio, y

a los mismos "ricos" no les asegura una sociedad amigable sino una anti-sociedad

enferma de su riqueza.



La elevación del nivel de vida de que creen beneficiarse la mayoría de los ciudadanos

del norte es cada vez más una ilusión. Es cierto que gastan más en términos de bienes y

servicios comerciales


, pero olvidan deducir de ello la elevación superior de los costes.

Ésta toma diversa


s formas, comerciales y no comerciales: degradación de la calidad de

vida, padecida aunque no cuantificada (aire, agua, medio ambiente), gastos de

"compensación" y reparación (medicamentos, transportes, entretenimientos) que la vida

moderna hace necesarios, elevación de los precios de productos que escasean (agua

embotellada, energía, espacios vitales…)… Lo que equivale a decir que el crecimiento

es un mito, incluso dentro del imaginario de la economía de bienestar, si no de la

sociedad de consumo. Porque lo que crece por un lado decrece más fuertemente por el

otro.

Herman Daly estableció un índice sintético, el Genuine Progress Indicator (GPI), que

ajusta el Producto Interior Bruto (PIB) según las pérdidas debidas a la contaminación y

degradación del medio ambiente. En el caso de los Estados Unidos, a partir de los años

setenta el índice de progreso auténtico se estanca o incluso retrocede, mientras que el

PIB aumenta. Lo que equivale a decir que, en esas condiciones, el crecimiento es un

mito, porque lo que crece por un lado decrece más fuertemente por el otro.

Desgraciadamente todo esto no basta para llevarnos a abandonar el bólido que nos

conduce directamente a estrellarnos contra la pared y a embarcarnos en la dirección

opuesta.

Entendámonos bien. El decrecimiento es una necesidad, no un principio, un ideal, ni el

objetivo único de una sociedad del post-desarrollo y de otro mundo posible. La

consigna del decrecimiento tiene por objeto sobre todo marcar con fuerza el abandono del objetivo insensato del crecimiento por el crecimiento. En particular, el

decrecimiento no es el crecimiento negativo, expresión antinómica y absurda que

traduce claramente la hegemonía del imaginario del crecimiento. Literalmente eso

querría decir "avanzar retrocediendo".

Sabemos que la simple desaceleración del crecimiento hunde a nuestras sociedades en la

desesperación a cau


sa del desempleo y el abandono de los programas sociales,

culturales y ecológicos que aseguran un mínimo de calidad de vida. ¡Podemos imaginar

la catástrofe que sería una tasa de crecimiento negativo! Así como no hay nada peor que

una sociedad de trabajo sin trabajo, no hay nada peor que una sociedad de crecimiento

sin crecimiento.

Una política de decrecimiento podría consistir en primer lugar en reducir o incluso

suprimir el peso sobre el medio ambiente de las cargas que no aportan ninguna

satisfacción. El cuestionamiento del importante volumen de los desplazados de hombres

y mercancías por el planeta con el correspondiente impacto negativo, el no menos

importante de la publ


icidad aturdidora y muchas veces nefasta, así como de la

caducidad acelerada de los productos y aparatos desechables sin otra justificación que la

de hacer girar cada vez más rápido la mega-máquina infernal, constituyen importantes

reservas de decrecimiento en el consumo material. Así entendido, el decrecimiento no

significa necesariamente una regresión de bienestar.

Para concebir una sociedad serena de decrecimiento y acceder a ella, hay que salir

literalmente de la economía. Esto significa cuestionar la hegemonía de la economía

sobre el resto de la vida en la teoría y en la práctica, pero sobre todo dentro de nuestras

cabezas. Una condición previa es la feroz reducción del tiempo de trabajo impuesto para

asegurar a todos un empleo satisfactorio. Ya en 1981, Jacques Ellul, uno de los primeros

pensadores de una sociedad de decrecimiento, fijaba como objetivo para el trabajo no

más de dos horas por día. Inspirándonos en la carta "Consumos y estilos de vida

propuesta en el Foro de las Organizaciones No Gubernamentales de Río, podemos

sintetizar todo esto en un programa de seis "R": Reevaluar, Reestructurar, Redistribuir,

Reducir, Reutilizar, Reciclar. Esos seis objetivos interdependientes ponen en marcha un

círculo virtuoso de decrecimiento sereno, amigable y sustentable. Podríamos incluso

alargar la lista de las "R" con: reeducar, reconvertir, redefinir, remodelar, repensar, etc.,

y por supuesto relocalizar, pero todas esas "R" están más o menos incluidas en las seis

primeras.

Vemos enseguida cuáles son los valores que hay que priorizar y que deberían

prevalecer sobre los valores dominantes actuales. El altruismo debería anteponerse al

egoísmo, la cooperación a la competencia desenfrenada, el placer del ocio a la obsesión

por el trabajo, la importancia de la vida social al consumo ilimitado, el gusto por el

trabajo bien hec


ho a la eficiencia productiva, lo razonable a lo racional, etc. El problema

es que los valores actuales son sistémicos. Esto significa que son suscitados y

estimulados por el sistema y contribuyen a su vez a fortalecerlo. Por cierto, la elección

de una ética personal diferente, como la sencillez voluntaria, puede modificar la

tendencia y socavar las bases imaginarias del sistema, pero sin un cuestionamiento

radical del mismo, el cambio corre el riesgo de ser limitado.

La limitación drástica de los ataques al medio ambiente y por ende de la producción de

valores de cambio incorporados a soportes materiales físicos no implica necesariamente una limitación de la producción de valores de uso a través de productos inmateriales. Al

menos en parte, éstos pueden conservar una forma comercial.

Así y todo, si bien el mercado y la ganancia pueden persistir como incitadores, ya no

pueden ser los fundamentos del sistema. Podemos concebir medidas progresivas que

constituyan etapas, pero es imposible decir si serán aceptadas pasivamente por los

"privilegiados" que serían sus víctimas, ni por las actuales víctimas del sistema, que

están mental o físicamente drogadas por él. Mientras tanto la inquietante canícula de


2003 en el sudoeste europeo hizo mucho más que todos nuestros argumentos para

convencer de la necesidad de orientarse hacia una sociedad de decrecimiento. Así, para

realizar la necesaria descolonización del imaginario, podemos contar muy ampliamente

en el futuro con la pedagogía de las catástrofes.

[Le Monde Diplomatique, Noviembre 2003]


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