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  • Foto del escritorREVOLUCIÓN ecoSOCIAL

La única esperanza: cambio sistémico desde el despertar moral


Por Richard Heinberg (traducido y comentado por Alejandro Floría)

"La mayoría de la gente piensa que si el [ser humano] ha progresado hasta alumbrar la moderna era industrial es porque su saber y su ingenio no conocen límites (...). [Pero] todo progreso se debe a un especial suministro de energía, y en todo tiempo y lugar el proceso se evapora siempre que el abastecimiento desaparece. El saber y el ingenio son los medios con los que se consigue que el suministro de energía resulte operativo (…), sin olvidar que el desarrollo y la conservación del conocimiento también dependen de la disponibilidad de energía." Howard Thomas Odum
"El flujo de energía y la organización sociopolítica son los lados opuestos de una ecuación. Ninguno puede existir, en un grupo humano, sin el otro, ni puede haber un cambio sustancial sin alterar ambos opuestos y el equilibrio de la ecuación. El flujo de energía y la organización sociopolítica deben estar en armonía. No solo se requiere un flujo de energía para mantener el sistema sociopolítico, también hace falta una cantidad de energía suficiente para la complejidad de ese sistema." Joseph A. Tainter

Nota a la traducción

Encuentro el presente texto [1] referenciado y reproducido desde el blog de Ugo Bardi "Cassandra's Legacy" [2]. Me llama poderosamente la atención la claridad diáfana y serena de sus dos primeros párrafos y no me parece casualidad que se reproduzca en un blog que se identifica tristemente con el mito de Casandra en unos tiempos de sordera selectiva e ignorancia premeditada que se forjan desde la servidumbre de las fuerzas políticas que gobiernan y la mansedumbre institucional de sus ilusorias alternativas y que coartan, cobardes, la difusión y el desarrollo de todo pensamiento que las termine excluyendo, a unas y a otras.

Nuestro problema ecológico fundamental no es el cambio climático. Es el exceso (overshoot)del cual el calentamiento global es un síntoma. El exceso es un problema sistémico. Durante el último siglo y medio, las enormes cantidades de energía barata procedente de los combustibles fósiles ha permitido el rápido crecimento de la extracción de recursos, la fabricación y el consumo; y éstos han conducido, a su vez, al aumento de la población, a la contaminación y a la pérdida del hábitat natural y por lo tanto de la biodiversidad.


El sistema humano se expandió dramáticamente, excediendo la capacidad de carga a largo plazo de la Tierra para los seres humanos, al tiempo que alteraba los sistemas ecológicos de los que dependemos para nuestra supervivencia. Hasta que comprendamos y abordemos este desequilibrio sistémico, el tratamiento sintomático (hacer lo que podamos para revertir problemas de contaminación como el cambio climático, intentar salvar especies amenazadas y alimentar una población en crecimiento con cultivos genéticamente modificados) constituirá una secuencia interminablemente frustrante de medidas provisionales destinadas al fracaso.


El movimiento ecologista de los años setenta se benefició del fuerte influjo del pensamiento sistémico (systems thinking), que estaba en boga en su momento (la ecología - el estudio de las relaciones entre los organismos y sus entornos- es una disciplina inherentemente sistémica, en oposición a estudios como la química que se enfocan en la reducción de fenómenos complejos a sus componentes). Así, muchos de los mejores escritores especializados de la época enmarcaban la situación humana moderna en términos que revelaban los profundos vínculos entre los síntomas ambientales y la manera en que la sociedad humana opera. Limits to Growth (1972), un estudio de Jay Forrester sobre el crecimiento de los sistemas, investigó las interacciones entre el crecimiento de la población, la producción industrial, la producción de alimentos, el agotamiento de los recursos y la contaminación. El Overshoot (1982), de William Catton, dió nombre nuestro problema sistémico y describió sus orígenes y desarrollo en un estilo claro y sencillo. Podrían citarse muchos más libros excelentes de la época.


Sin embargo, en las últimas décadas, a medida que el cambio climático ha llegado a dominar las preocupaciones ambientales, ha habido una deriva significativa en la discusión. Hoy en día, la mayoría de los informes ambientales se centran en el cambio climático, y los vínculos sistémicos entre este y otros dilemas ecológicos que empeoran (como la superpoblación, la extinción de especies, la contaminación del agua y del aire y la pérdida de tierra vegetal y agua dulce) son raramente destacados. No es que el cambio climático no sea un gran problema. Como síntoma, es realmente sobresaliente. Nunca ha habido nada parecido y los científicos y los defensores del clima están en lo cierto al hacer sonar las mayores alarmas. Pero nuestro fracaso para ver el cambio climático en su contexto puede ser nuestra ruina.


¿Por qué los escritores ambientales y las organizaciones de defensa han sucumbido a la visión de túnel? Tal vez sea simplemente que asumen que el pensamiento sistémico está más allá de la capacidad de los responsables políticos. Bien cierto es: si los climatólogos llevasen a los líderes mundiales el mensaje "Tenemos que cambiarlo todo, incluyendo todo nuestro sistema económico -y rápido", se les mostraría la puerta con cajas destempladas. Un mensaje más aceptable sería: "Hemos identificado un serio problema de contaminación, para el cual hay soluciones técnicas".


Quizás muchos de los científicos que reconocieron la naturaleza sistémica de nuestra crisis ecológica concluyeron que si podemos solucionar con éxito la crisis medioambiental, podremos ganar tiempo para tratar con otras crisis que aguardan en segundo plano (superpoblación, extinciones de especies, agotamiento de los recursos, etc...).


Si el cambio climático puede ser enmarcado como un problema aislado para el cual hay una solución tecnológica (qué conveniente), las mentes de economistas y políticos pueden seguir paciendo en pastos familiares. La tecnología - en este caso, las plantas solares, eólicas y nucleares, así como las baterías, los coches eléctricos, las bombas de calor y, si todo lo demás falla, la gestión de la radiación solar a través de los aerosoles atmosféricos- centra nuestro pensamiento en temas como la inversión financiera y la producción industrial. Los participantes en las discusiones no tienen que desarrollar la capacidad de pensar sistémicamente, ni necesitan comprender el sistema de la Tierra y cómo los sistemas humanos encajan en el mismo. Todo de lo que se tienen que preocupar es de la posibilidad de cambiar algunas inversiones, establecer tareas para los ingenieros y gestionar la transformación económico-industrial resultante para garantizar que los nuevos empleos en las industrias verdes compensen los empleos perdidos en las minas de carbón.


La estrategia de comprar tiempo con tecno-soluciones supone que o bien podremos institucionalizar un cambio sistémico en algún momento no especificado en el futuro, aunque ahora no seamos capaces de hacerlo (un pobre argumento...), o que el cambio climático y todas nuestras otras crisis sintomáticas serán, de hecho, susceptibles de soluciones tecnológicas. Este último pensamiento resulta cómodo para administradores e inversores. Después de todo, todo el mundo ama la tecnología. Ya hace casi todo para nosotros. Durante el último siglo resolvió una serie de problemas: curó enfermedades, expandió la producción de alimentos, aceleró el transporte y nos proporcionó información y entretenimiento en cantidades y variedades que nadie podría haber imaginado previamente. ¿Por qué no debería ser capaz de resolver el cambio climático y el resto de nuestros problemas?


Por supuesto, ignorar la naturaleza sistémica de nuestros problemas sólo significa que tan pronto como tengamos un síntoma acorralado, es probable que otro se libere con fuerza. Pero, decisivamente, ¿es el cambio climático, tomado como un problema aislado, totalmente tratable con la tecnología? Me permitiré dudarlo. Digo esto después de haber pasado muchos meses examinando con David Fridley los datos relevantes del programa de análisis de energía en el Lawrence Berkeley National Laboratory. En nuestro libro, Our Renewable Future concluimos que la energía nuclear es demasiado costosa y arriesgada; mientras tanto, la energía solar y la energía eólica sufren de intermitencia, que (una vez que estas fuentes comiencen a proporcionar un gran porcentaje de la energía eléctrica total) requerirá una combinación de tres estrategias a gran escala: almacenamiento de energía, capacidad de producción redundante y adaptación a la demanda. Al mismo tiempo, en los países industrializados tendremos que adaptar la mayor parte de nuestro consumo de energía actual (que tiene lugar en los procesos industriales, la calefacción y el transporte) a la electricidad.


En conjunto, la transición energética promete ser una empresa enorme, sin precedentes en sus requerimientos de inversión y sustitución. Cuando David y yo tratamos de tomar perspectiva para evaluar la enormidad de la tarea, no encontramos la forma de mantener las cantidades actuales de producción de energía global durante la transición, mucho menos para incrementar el suministro de energía para impulsar el crecimiento económico en curso. El obstáculo transitorio más grande es la escala: el mundo utiliza una enorme cantidad de energía en la actualidad; sólo si esa cantidad puede reducirse significativamente, especialmente en los países industrializados, podríamos imaginarnos un camino creíble hacia un futuro post-carbono.


La reducción de los suministros energéticos del mundo reduciría efectivamente los procesos industriales de extracción de recursos, fabricación, transporte y gestión de residuos. Esa es una intervención sistémica, exactamente del tipo requerido por los ecologistas de los años setenta que acuñaron el mantra, "Reduzca, reutilice y recicle". Este llega al corazón del problema del exceso, al igual que lo hace la estabilización y la reducción de la población, otra estrategia necesaria. Pero también es una noción a la que los tecnócratas, los industrialistas y los inversores son virulentamente alérgicos.


El argumento ecológico es, en su esencia, moral -como explico más detalladamente en un reciente manifiesto repleto de barras laterales y gráficos ("There's No App for That: Technology and Morality in the Age of Climate Change, Overpopulation, and Biodiversity Loss") . Cualquier pensador sistémico (systems thinker) que entiende el exceso (overshoot) y prescribe la desconexión (power down) como tratamiento, está participando efectivamente en una intervención sobre un comportamiento adictivo. La sociedad es adicta al crecimiento, y eso tiene terribles consecuencias para el planeta y, cada vez más, también para nosotros.

Tenemos que cambiar nuestro comportamiento colectivo e individual y renunciar a algo de lo que dependemos - el poder sobre nuestro medio ambiente. Debemos contenernos como el alcohólico que renuncia a una copa. Eso requiere honestidad y examen de conciencia.

En sus primeros años el movimiento ambientalista sostuvo ese argumento moral, y funcionó hasta cierto punto. La preocupación por el rápido crecimiento de la población dio lugar a esfuerzos de planificación familiar en todo el mundo. La preocupación por la disminución de la biodiversidad llevó a la protección del hábitat. La preocupación por la contaminación del aire y del agua llevó a una serie de regulaciones. Estos esfuerzos no fueron suficientes, pero mostraron que enmarcar nuestro problema sistémico en términos morales podría servirpara tirar del carro.


¿Por qué el movimiento medioambiental no tuvo éxito? Algunos teóricos que ahora se autodenominan"bright-greens" o "eco-modernistas" han abandonado por completo la lucha moral. Su justificación para hacerlo es que la gente quiere una visión del futuro alegre y que no requiera sacrificio. Ahora, dicen, sólo una solución tecnológica ofrece alguna esperanza. El punto esencial de este ensayo (y de mi manifiesto) es simplemente que, incluso si el argumento moral falla, una tecno-solución tampoco funcionará. Una gigantesca inversión en tecnología (ya sea la próxima generación de plantas nucleares o la geoingeniería de la radiación solar) se está facturando como nuestra última esperanza. Pero, en realidad, no es ninguna esperanza en absoluto.


La razón del fracaso hasta ahora del movimiento medioambientalista no ha sido que apelara a los sentimientos morales de la humanidad, que era, de hecho, la gran fuerza del movimiento. El esfuerzo se quedó corto porque no fue capaz de alterar el principio central de organización de la sociedad industrial, que es también su defecto fatal: su obstinada búsqueda del crecimiento a toda costa. Ahora estamos en el punto en que es obligado el éxito en la superación del crecimiento o afrontar el fracaso no sólo del movimiento medioambiental, sino de la propia civilización.


La buena noticia es que el cambio sistémico es de naturaleza fractal: implica, de hecho, requiere, acción en todos los niveles de la sociedad. Podemos comenzar con nuestras propias decisiones y comportamiento individuales; podemos trabajar dentro de nuestras comunidades. No necesitamos esperar un catártico cambio global o nacional. E incluso si nuestros esfuerzos no pueden "salvar" la civilización industrial consumista, todavía podrían tener éxito en plantar las semillas de una cultura humana regenerativa digna de sobrevivir.


Hay más buenas noticias: una vez que los seres humanos decidamos restringir nuestros números y nuestras tasas de consumo, la tecnología puede ayudar a nuestros esfuerzos. Las máquinas nos pueden ayudar a monitorear nuestro progreso, y hay tecnologías relativamente simples que pueden ayudar a entregar los servicios necesarios con menos uso de energía y daños ambientales. Algunas maneras de implementar la tecnología podrían incluso ayudarnos a limpiar la atmósfera y restaurar los ecosistemas.


Pero las máquinas no pueden tomar las decisiones clave que nos pondrán en un camino sostenible. Un cambio sistémico conducido por un despertar moral: no es sólo nuestra última esperanza; es la única esperanza real que hemos tenido.

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