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La crítica anarquista al desarrollo

«El desarrollo está pensando en la rentabilidad. Lo importante no son esas tres palabras que ahora todo lo mandan: productividad, competitividad e innovación. En vez de productividad, propongo vitalidad; en vez de competitividad, cooperación, y frente a esa innovación que consiste en inventar cosas para venderlas, creación. Esa es otra. El arte es mercancía. Esos artistas como Hirst, que cogen una cabeza de vaca, le ponen un diamante y se forran. Perdonen, pero eso no me parece desarrollo. El desarrollo humano sería el que condujera a que cesaran las luchas y supiéramos tolerarnos. Y ser libres, pero todos, porque la libertad es de todos o no es.»


José Luis Sampedro




Uno de los aspectos centrales de la utopía del sistema establecido, a más de sus sueños de reproducción permanente del ordenamiento jerárquico, estaría determinado en la modernidad, fundamentalmente por la idea (¿religión?) del progreso infinito. Esta idea que ha sido reducida a sus variantes tecnológica y económica, sobre todo, en primer lugar desconoce que los procesos reales, integrales del fenómeno humano, por llamarlo de alguna manera, hacen factible el retroceso y la involución dentro de su secuencia temporal. La razón articuladora de una búsqueda implacable del “mejoramiento del mejoramiento”, asigna un sentido utilitario pero miope al proyecto cultural de la modernidad industrial. Eso sin mencionar que el reduccionismo tecnológico y economicista de la idea del progreso, es absolutamente funcional al ordenamiento dictaminado por los intereses de la reproducción de una sociedad industrial, gestionada tanto a través del modo de producción capitalista, como del planteado por el socialismo de Estado.


A nivel global se entiende que el modo de producción capitalista asigna un determinado rol, no solo a personas, sino a territorios dentro de su ordenamiento jerárquico de producción mundial, organizada a través de una división arbitraria del trabajo, construida históricamente mediante una serie de atropellos e imposiciones violentas que, incluso en nuestros días, no han cesado. El mantenimiento del orden establecido, en gran medida se ejerce a través de dispositivos discursivos que al tiempo de caracterizar un territorio, le asignan un rol y un sentido específico dentro del orden de producción mundial; uno de estos dispositivos de control es el discurso del desarrollo. De hecho, “el desarrollo no es tanto un proyecto económico (capitalista e imperial) como cultural. Es cultural en dos sentidos: surge de la experiencia particular de la modernidad europea ; y subordina las demás culturas y conocimientos las cuales pretende transformar bajo principios occidentales. El desarrollo privilegia el crecimiento económico, la explotación de recursos naturales, la lógica del mercado y la búsqueda de satisfacción material e individual por sobre cualquier otra meta.” (Escobar, 2009, p.107).


Desde este eje se irá levantando una crítica “anarquista” al ordenamiento del desarrollo, a partir de las ideas de la deconstrucción del desarrollo, que en una de sus variantes ha logrado plasmarse en un discurso “postdesarrollista”. Si bien el postdesarrollismo no se define como expresamente anarquista, en la medida en que sus intereses fundamentales se enfocan sobre las subversiones y resistencias que localmente se efectúan en relación con las intervenciones del desarrollo, la necesidad de multiplicar centros y agentes de producción de conocimientos, el cambio de las prácticas del saber y del hacer y el cuestionamiento de la “economía política de la verdad”, así como la posibilidad de crear otros discursos y representaciones que no estén mediados por la figura del desarrollo (Escobar, 2005, p.20); le proponen al postdesarrollo como una posición insumisa frente al ordenamiento de lo establecido, y ciertamente cercana al ideario anarquista que desde sus posturas clásicas viene planteando que “la revolución debe hacerse por medio de la acción directa del pueblo, sin delegación de la voluntad popular a ninguna autoridad, por popular que parezca y por provisorio que se quiera o diga” (Colombo, 2014, p.94), y para ello es condición el establecimiento de imaginarios que propicien tal efecto ya que la “sociedad se instituye como tal instituyendo un mundo de significaciones en un proceso circular por el cual el hacer y el discurso, la acción y el símbolo, se producen mutuamente” (Colombo, 2014, p.98).


Efectivamente, parte importante de estos imaginarios está articulado a las iniciativas comunitarias y locales, donde se pueden generar condiciones para asumir procesos de organización, democracia directa y empoderamiento político, viabilizando la recuperación de principios elementales como el de la solidaridad y el cooperativismo, que a pesar de todos sus problemas -inherentes a procesos reales-, se proponen como iniciativas válidas de transformación sostenida de la realidad, apoyadas en los presupuestos transformadores del ordenamiento de explotación, propio del sistema capitalista; hacia la emancipación entendida sobre todo como capacidad de “autogestión”. El relato que anima estas construcciones evidentemente tiene que ver con la idea de un porvenir de equidad, de libertad y de solidaridad, con lo cual se trasciende no solo las reglas de funcionamiento de lo instituido, sino que también se revisan y adecuan algunos paradigmas libertarios, concebidos en momentos históricos diferentes. Naturalmente, existen principios inherentes a la lógica anarquista que permanecen por su vigencia, y tienen que ver con la tesis de que el proyecto social de cambio no pasa necesariamente por la conquista del poder, ni por dar relevancia mayor a la administración estatal para modificar las estructuras del relacionamiento social. No obstante queda claro que sería absurdo ignorar la existencia del Estado, y ciertamente es necesario generar todo un conjunto de estrategias de acción para una “transición hacia formas de gestión igualitaristas, que permitirían la paulatina extinción de las estructuras estatales actuales” (Katz, 2014, p.s/p). En este sentido queda claro que una de las estrategias de acción está en la posibilidad de recuperación de la “capacidad política” como aquella fuerza social orientada a reproducir la vida de la comunidad.


Pero cabe añadir con mucho énfasis que las posturas libertarias se diferencian claramente de las lógicas de organización capitalistas, que pretenden desestructurar lo público, separando lo político de lo social, desmantelando el Estado, pero al mismo tiempo destruyendo el tejido social y la organización de base, para recuperarla mediante la categoría del consumidor, ahondando las dependencias al mercado transnacional y supeditando todo a la lógica de la mercancía y del valor de cambio. Esta situación bien puede ser entendida como una suerte de neo-colonización sobre la vida cotidiana a partir de la pura vía del mercado.


La crítica al poder, la crítica al desarrollismo economicista y a sus mecanismos de reproducción cultural emanada muy comúnmente desde las posturas anarquistas, encuentran en las formas asociativas y de la economía solidaria, así como en la reconstitución de las representaciones del mundo, considerando especialmente a las posiciones subalternizadas, diversas y alternas, una veta fructífera de análisis, reflexión y prácticas políticas alternativas y coherentes con los postulados que Piotr Kropotkin destacaba: la anarquía entendida como una organización que iba de lo simple a lo compuesto, mediante la libre federación de las fuerzas populares de productores y consumidores, liberados de la tutela del Estado y en búsqueda de lo que Theodor Adorno llamó “la forma última de la libertad o el hecho de vivir sin angustia”. Interesante definición, habría que añadir, pues imprime una resonancia a las definiciones del pueblo campesino, cuándo interpelado sobre su definición de “Buen Vivir” normalmente responde: vivir en tranquilidad. En efecto el Buen Vivir que está siendo trabajado en nuestros contextos territoriales muy probablemente expresa el anhelo del abandono de un ordenamiento agresivo que hace que se deba luchar por la vida.


«…lo que el hombre ha buscado no es en realidad ni el dolor ni el placer, sino simplemente la Vida. El hombre ha buscado vivir en forma intensa, completa, perfecta. Cuando pueda hacerlo sin limitar a los demás, y sus actividades le brinden placer, tampoco sufrirá, será más cuerdo, más sano, más civilizado, más él mismo. El Placer es la prueba de la naturaleza, su señal de aprobación. Cuando un hombre es feliz, está en armonía con él mismo y con su medio.»


Oscar Wilde

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