Jennifer Merino Sánchez (Contrainformación)
Hoy, día 5 de Junio y desde el año 1974, se viene celebrando el día internacional del Medioambiente, tal como lo declaró Naciones Unidas ante la necesidad de una protección y mejoramiento de lo relacionado con el ámbito ambiental. Por ello, ante la actualidad climática y la problemática socioambiental creo oportuno visibilizarlo partiendo de un análisis sobre cómo la realidad climática está asociada con las acciones antropogénicas, señalando cuestiones sociales, económicas y políticas que nos permiten cuestionarnos que hay detrás de esto, invitando a la concienciación y la sensibilización poblacional, evitando, en la medida de lo posible, que condenemos la biodiversidad a una destrucción imparable.
Para abordar la actualidad climática, conviene partir del cambio climático y de la realidad de que éste está cada vez más presente en nuestra sociedad, considerándose un tema casi cotidiano en los diálogos políticos y en los medios de comunicación. Y quizás, solo quizás, sea la sobreinformación al respecto la que nos hace, como sociedad, más vulnerables informativamente hablando.
Como ya sabemos, la actividad humana es muy culpable del desequilibrio planetario, en tanto a la sobreexplotación de recursos, la alteración y transformación de los ecosistemas, los desastres naturales, las inundaciones, la escasez de agua, la erosión del suelo, la pérdida de la biodiversidad, la deforestación, el aumento de la temperatura terrestre, el desencadenamiento de pandemias… y, por ende, del ya mencionado cambio climático. En definitiva, vemos como las acciones humanas reflejan un impacto global en los ecosistemas terrestres.
Analizando la afección de las acciones humanas ante un panorama de degradación ambiental en aumento, conviene explicar brevemente la base que ha motivado dichas acciones perniciosas, remontándonos al paradigma relacional entre desarrollo y crecimiento económico se parte, ligado al progreso y al bienestar, y que afecta de manera directa al equilibrio planetario. Pues el modelo de desarrollo aceptado internacionalmente se vincula directamente con el modelo de producción capitalista (caracterizado por el agotamiento de recursos, la explotación masiva, las actividades extractivas…) y con la economía industrial y tecnológica, sumando a esto el patrón de consumismo que impera en nuestros días; queda claro que estamos ante una sociedad industrial basada en los combustibles fósiles y el petróleo.
A lo que debe añadirse la afección medioambiental y social del aumento poblacional registrado a nivel mundial que conlleva a una mayor demanda alimentaria y, en consecuencia, a una mayor explotación de tierras y recursos que degenera en desigualdad e inequidad en muchas zonas. Ante una realidad consumista, la alimentación poblacional recae, mayoritariamente, en producciones agroganaderas y alimentarias masivas e intensivas que generan una sobreproducción que acaba en excedentes, pérdidas y empobrecimiento, visibilizando los fallos de un sistema esclavista de la agroganadería industrial que refleja la proletarización productiva y que, evidentemente, tiene una mayor afección en el mundo rural.
Estas características reflejan una dependencia, base de los múltiples desequilibrios y desigualdades, en todos los aspectos ya que las pautas del modelo de desarrollo han ido ligadas al fomento del modelo de crecimiento económico occidental mediante el cual, durante el proceso de industrialización, se movilizaron energías y recursos fósiles para sus actividades, marcando ahora el camino a seguir por el resto de potencias sin tener en cuenta la diferencia en la disponibilidad de energía fósil y materias primas. Viendo así, como el bienestar mundial recae en una minoría global, pudiendo relacionarse directamente, como motivo de la degradación ambiental, la pobreza de los países con economías más frágiles y dependientes.
Haciendo hincapié en las consecuencias expuestas anteriormente, puede afirmarse que estamos ante un colapso mundial y planetario derivado de la pandemia de contaminación ambiental causada por la acción del ser humano que afecta de manera directa a la vida y la salud mundial, reflejando que el sistema, tanto de producción como de consumo, está inmerso en un fallo insoluble.
Evidentemente, la preocupación medioambiental lleva años formando parte de las agendas de actuación internacional y, claro está que, se han conseguido respuestas internacionales que han generado avances al respecto, pero no es suficiente, incluso podría ser perjudicial, que un aspecto tan fundamental quede relegado de un esquema de actuación clásico que parte de una relación confusa entre la cooperación internacional económica y el medioambiente. En un escenario de actuación, caracterizado por una multitud de agentes encargados de tomar decisiones y ante la ausencia de mecanismos de regulación, las responsabilidades quedan dispersas, haciendo del medioambiente un aspecto prisionero de las agencias donantes con escasa presencia real en las políticas, los planes y los proyectos cooperativos.
Sólo cuando veamos esta problemática como un efecto de la crisis civilizatoria internacional y de la crisis moral de las instituciones políticas, los aparatos jurídicos dominantes y las relaciones sociales injustas, podrá tratarse de manera real la cuestión ambiental como una parte integrada y multidimensional del desarrollo. Más allá de actuaciones internacionales, basadas en la actualización o la ampliación de objetivos no conseguidos como pasó con la Agenda del Milenio y, probablemente, pasará con la Agenda2030, debería optimizarse la estrategia internacional y, claro está que no basta con incorporar la dimensión social, económica y medioambiental para la consecución de un desarrollo sostenible, sino que, se precisa de actuaciones efectivas que tomen como base medidas y objetivos vinculantes, con responsabilidades globales y compartidas, que supongan un marco de referencia, y orienten una implementación que tenga en cuenta los límites naturales y la pretensión universal.
Para ello, se deberán producir cambios políticos que tengan como objetivo implementar políticas que conlleven un cumplimiento de los compromisos climáticos internacionales, abandonando la practica hegemónica de toma de decisiones, dejando atrás el carácter economicista del desarrollo, y poniendo fin a la explotación de recursos y a la libre empresa ajena al bien común; abogando por romper con el individualismo y valorar los tiempos de cuidados de la vida y de los ecosistemas, pues sólo así seremos capaces de afrontar la crisis socioambiental en la que estamos inmersos.
Pero la politización de la cuestión medioambiental no es la solución ideal ni conllevará a resultados a la altura del desafío, sino que deberá darse importancia a las actividades sociales y cotidianas teniendo en cuenta el efecto agravante de éstas. A raíz de esto, podemos renombrar dicha problemática, abordándola como el problema ético, moral, político y humanitario que es, y referirnos a ella como una crisis socioambiental mundial a la que debemos hacer frente desde múltiples ámbitos, aceptando que no es un problema unidimensional.
Siendo necesario un cambio en el ámbito social e individual y para ello, se debe romper con el entendimiento clásico de la globalización, repensando las dinámicas de reproducción social y defendiendo la necesidad de redefinir la convivencia planetaria, rompiendo con la idea capitalista de que tenemos el derecho a explotar lo natural.
Si vemos la crisis socioambiental como un desafío y una emergencia global seremos conscientes de que necesitamos ser resilientes y readaptarnos, dando una respuesta global a un problema global, pues si queremos garantizar nuestra existencia y la pervivencia del planeta, debemos asumir la necesidad de una revolución planetaria basada en un cambio de tendencia global en la economía (relaciones económicas), en la sociedad (relaciones sociales), en el gobierno y en el estilo de vida, consiguiendo una transformación radical orientada a modelos sostenibles reales, basada en el equilibrio medioambiente-humano y que refleje un cambio en la forma de ser con el planeta.
Probablemente, llegamos tarde y el momento fue hace bastante tiempo, pero no podemos olvidarnos, otra vez, de que la realidad es progresiva y de que dejar nuestro futuro y la supervivencia de la Tierra relegada a las acciones de otros/as puede provocar un agravamiento mayor. Por ello, debemos actuar de manera racional y consecuente, abandonando la postura negacionista y asumiendo la realidad.
Aunque duela, estamos inmersos/as en una crisis ecológica y de valores como evidencia clara de que hemos caído en la hipocresía más banal, omitiendo que proteger el mundo es protegernos a nosotros/as, y tenemos que actuar, es o ahora o nunca. Sólo si abandonamos el derrotismo de que algo tan grande como es el mundo está roto y de que, evidentemente, es porque algo hemos hecho mal, veremos la necesidad de dar una respuesta coherente, sabiendo que el futuro está en nuestras manos.
Por lo que debemos plantear una situación futura que muestre lo deseado que es el cambio pero que a su vez sea realista y para ello, son necesarias las soluciones a gran escala, de alcance y relevancia mundial, pero también, son de vital importancia las actividades individuales como motor para un cambio efectivo y eficiente. Por consiguiente, ante un mundo cada vez más complejo en el que cada uno/a es responsable y fermento del futuro, si queremos un mundo más justo e igualitario, tenemos que actuar.
Y para esa actuación no basta con tomar conciencia, sino que debe buscarse la transformación social y ecológica de la sociedad y la economía a nivel propio e individual, apostando por pararnos a pensar y, por ende, repensarnos y ralentizarnos, sabiendo que estamos buscando un arreglo colectivo que debe empezar en nosotros/as mismos/as, encontrando el camino individual para incitar al equilibrio de sociedades justas e igualitarias.
Sólo si asumimos que la solución al colapso planetario está en nuestras manos, podremos optar por repensarnos y actuar en favor de una transición ecosocial, poniendo el cuidado del medioambiente en el centro, asumiendo un discurso antiglobalización y feminista, incentivando cambios innovadores y autosostenibles, que garanticen la solidaridad planetaria y la participación social, aumentando así, la calidad de vida humana y la supervivencia de la Tierra.
Definitivamente, de nosotros/as depende que la sociedad sea sostenible y justa con patrones de comportamiento que favorezcan la adaptación al ecosistema, respeten los límites planetarios y hagan frente al desequilibrio global.
No sé, se me llena la cabeza de cambios en nuestras rutinas que no suponen un gran esfuerzo y que respaldan esto, como bajar a comprar y optar por el pequeño comercio frente al supermercado, centrar el consumo en producciones locales y de temporada, reducir el consumo a lo necesario, apostar por productos ecológicos, cambiar lo inservible por reutilizable,…
Y a ti, ¿se te ocurre algo o eres incapaz de cambiar?
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